Yo lo conocía bien. Yo hablé con él largas horas, le arranqué las palabras de esa lengua tan afilada que tenía y conocía todos sus secretos, todas sus rayadas y movidas. No hablaba con nadie, pero yo le hice hablar. Yo lo vi crecer, como pasó de ser aquel niño solitario a creerse un poeta desaliñado. Yo sabía su verdadero nombre. Yo peleé contra él, conocía todas sus patadas y jamás me ganó. Tampoco yo lo tumbé nunca. Yo conocí al gato que le enseñaba a vivir y fui su primer alumno. Me enamoré de las mismas mujeres, me violaron las mimas musas y sufrí sus mismos desengaños. Yo fui su odio, su envidia amarga, sus pulmones hinchados de humo. Yo viví con él toda la felicidad. Le ayudé a escribir su amor y rechacé toda esperanza. Yo fui su terapia, su droga gratuita. Yo fui su vida malgastada. Yo fui su corazón roto, sus sueños hechos trizas. Yo fui la sensación de sentirse estúpido. Yo. Yo fui su esencia, su ego puro; yo fui él.